Camino por las Ramblas, me cruzo con una chica y me fijo en sus pies. Aunque viste de invierno, abrigo incluido, calza unas chancletas de goma color lila. No es la primera vez que veo algo semejante. Hace unas semanas, esperando a que el semáforo se pusiera verde, me fijé en la chica que conducía la moto a la izquierda de la mía. Abrigada hasta las cejas de tobillos para arriba, no le puedo ver la cara entre el casco y la bufanda, pero calza chancletas de playa. ¿Una moda? ¿Un juanete? ¿Problemas con el calzado?


Bajamos del autobús en la fría tarde de diciembre. Hace dos días que las temperaturas han bajado y el invierno ya no se adivina, se nota. Apenas son poco más de las seis pero está tan oscuro que sientes que deberías ya irte a casa, cenar y meterte en la cama. Tenemos suerte que no llueva. Tengo los labios cortados pero me he dejado el bálsamo labial en casa. Hace aire, noto la nariz helada y la adivino colorada. Estamos cerca de la playa, esa que, unos meses atrás, nos quemaba los pies descalzos. Echo de menos el verano, aunque siempre me queje luego de que hace demasiado calor.

Ya hemos cenado. Se está calentito en casa. Voy mirando la televisión de reojo mientras me estreno con el libro de amigurumi. Hace tanto que no practico ganchillo que no me acuerdo casi de los puntos. Monto media cabeza pero no me acaba de gustar como queda. En algún lugar, seguro, me he equivocado. ¿Era un punto bajo y menguar? ¿o me he equivocado al aumentar los puntos? Ni idea. Lo deshago dos o tres veces con el libro de páginas satinadas abierto en el regazo.
Me tapo con el nórdico hasta las cejas. Miro los números verdes del despertador digital de la mesilla. Son más de las doce. Hay noches que das muchas vueltas hasta quedar dormida pero hoy no es una de esas. En algún instante después de cerrar los ojos, simplemente me duermo. Buenas noches.
Koniec.
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