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viernes, 24 de junio de 2011

LA MAGIA DE LA NOCHE DE SAN JUAN

Una amiga preguntaba ayer que qué tenía de magia la Noche de San Juan. Y yo le respondía que a veces era mágica y a veces no… que es lo que tienen las noches mágicas. Bueno, no creo mucho en estas cosas. Yo creo que la magia la hacen las personas (en especial los magos, claro, y en concreto el mago Tamariz) y que cualquier noche puede ser mágica sin necesidad de que sea un día señalado. Ni siquiera hace falta que sea festivo ni víspera de nada.

La Noche de San Juan está ligada a rituales antiguos que celebran la llegada del solsticio de verano en el hemisferio norte de nuestro planeta. O sea, que aunque sea de “San Juan” tiene mucho de pagana y poco de santa. Las hogueras parece ser que se encendían para “darle más fuerza al sol” que, a partir de esa noche, iba haciéndose más débil. Los días se van acortando a partir de ese momento hasta la llegada del solsticio de invierno. El fuego también se consideraba algo purificador y que servía para destruir las cosas dañinas. Hay un montón de rituales mágicos ligados con esta noche, que si os dais una vuelta por la red encontraréis en profusión.

También es la noche de los petardos, las bengalas, las tracas y allegados, que hacen que la calle se convierta en una especie de campo de batalla sonoro, y que tengamos que sortear a los grupitos de tiradores de petardos. Ayer tarde intentaba hablar con una amiga por teléfono y, en ocasiones, me sentía como Gila cuando llamaba a su madre desde la guerra… Y eso que, estos últimos años, lo de los petardos ha ido a menos. El olor a pólvora, ayer por la noche, inundaba las calles con ese característico tufo acre que desprende. En una plaza ardía una hoguera. Desde algún balcón o terraza, alguien tiraba cohetes pirotécnicos y mi sobrino se partía de risa cada vez que sonaba un trueno de los potentes. Los perros, muchos, se escondían debajo de las mesas de la cocina, temblando de miedo. La gente llenaba los bares, discotecas y fiestas. Se bebía hasta el amanecer. Se contemplaba salir el sol desde la playa abarrotada. El metro funcionaba toda la noche. Nos desmelenamos –o no-.

Al día siguiente, las calles están casi desiertas, salvo por transeúntes con cara de sueño (o de cansancio, o de lo que sea) que vuelven a casa tras una noche en vela. Es la noche más corta del año y la menos dormida. Sonó mi dichoso despertador, porque hoy es viernes y no me acordé de desprogramarlo. Pero, aunque remoloneé en la cama un ratito, me levanté al poco. Afuera, en el desacostumbrado silencio de la calle, sólo las golondrinas lo rompían con sus chillidos. Muy de tarde en tarde, algún verbenero tiraba un petardo sorprendiéndote de que a alguien le quedaran aún por tirar a estas horas. El olor a pólvora se había desvanecido. Me alegré de haber puesto la aplicación contra mosquitos en mi ipod, porque ayer noche me acribillaron y no me apetece donarles más sangre.

San Juan ya ha pasado. Este año ha sido diferente. Todos los años es diferente, como todas las noches pueden serlo. No creo en noches mágicas. Creo en noches que hacemos mágicas. Creo en la magia de un momento o de una mirada. Pero ¿de una noche? Si te quedas en casa ¿es mágica? Si te emborrachas, te tropiezas y te partes una ceja, ¿es mágica? La magia está en nosotros mismos y ponerle fecha en el calendario no funciona. O no siempre. O no tiene por qué funcionar. Si no ha pasado nada de especial esta noche de San Juan, no os pongáis tristes. Igual la noche menos pensada vives una noche mágica, aunque sea San Tiburcio. 

miércoles, 22 de junio de 2011

¿REVIVIR UN RECUERDO?

Estaba viendo la tele y un anuncio ha llamado mi atención: Revívelo.com. Inmediatamente me ha venido a la memoria una película: Desafío total. Al amigo Arnold le implantaban recuerdos que no eran propios, recuerdos de un viaje a Marte, los de Memory Call. Te sentaban en una silla y hacías un viaje fantástico sin moverte del sitio, pero manteniendo la “vivencia” creada por ellos como un recuerdo propio. Claro que Mr. Universo se metía en un buen berenjenal…

Y resulta que los de Revívelo, que yo pensaba que iba a ser un pre-anuncio de algún coche, ofrecen precisamente eso: implantarte recuerdos. He visitado la página y aún no sé a qué atenerme. Tal ha sido mi asombro que me he presentado como candidata (o conejillo de indias, que viene a ser lo mismo) para ser implantada. He escogido “Escenas tintadas de índigo” que promete un baño en las aguas turquesas de las Islas Maldivas, ver peces voladores, nadar con una manta raya, sentir la arena blanca en los dedos de los pies… ¡¡¡uf!!! Es una sesión de 9 días para dos personas. ¿Alguien se viene conmigo de viaje “memorial” a las Maldivas? ¡Que después de tanto pez y tanta agua turquesa ofrecen un brindis con la puesta de sol! Puestos a escoger, prefiero el viaje en vivo y en directo pero yo, que soy muy curiosa y que estas cosas futuristas me apasionan, ¿sería capaz de…? Por lo menos he hecho el test de aptitud. Realmente es curioso hacerlo, pero ¡no me han elegido! He sacado un 63% y me han recomendado ¡una ducha fría! (¿Qué creerán que estaba pensando yo?) y presentarme dentro de dos horas para volver a probar.

A todo esto ¿hay algún recuerdo que quisieras verdaderamente volver a vivir de nuevo? He estado revolviendo en mis recuerdos (conscientes) y he llegado a la conclusión de que no creo que quisiera revivir nada pasado. Lo pasado, pasado está. Tengo buenos y malos recuerdos, pero ninguno especialmente atesorado que quiera volver a vivir como si fuera algo real. Los recuerdos tienen la virtud de volverse amables con el tiempo, incluso indultamos a algunos que no fueron buenos pero que, con la distancia, parecen ser menos malos. Somos comprensivos con los recuerdos, enfatizando los buenos y suavizando los malos. Es lo que tiene el tiempo, que da perspectiva de las cosas pasadas. A lo mejor es por eso que no somos capaces, muchas veces, de aprender de las experiencias.

Creo que los recuerdos se tienen que quedar donde están: en la memoria. Vivir de recuerdos es una equivocación, porque son engañosos. Son una lectura subjetiva de lo que verdaderamente pasó.

A todo esto, igual el tema acabará por ser el anuncio de una nueva agencia de viajes o de un coche que nos hará viajar en el recuerdo. Yo qué sé. Pero os prometo que me pica la curiosidad… y ya sabemos todos que la curiosidad mató al gato. Tengo una sospecha: va a ser una agencia de viajes. Y si no, fijaros en el logotipo rojo. Parece el de Atrápalo. Pero la idea es buena, vaya sí lo es. Y está muy bien presentada. 

domingo, 19 de junio de 2011

QUIEN TIENE UN AMIGO, TIENE UN TESORO (QUE VALE UN POTOSÍ)

Nuestro concepto de la amistad, muchas veces, es un tanto curiosillo. Conocí a una persona que clasificaba a las amistades en dos grandes grupos (imagino que con subgrupos): los amigos de verdad y los amigos para jijiji. Lo que pasa es que, a veces, los amigos de verdad también sirven para jijiji y, generalmente, los amigos que solo sirven para jijiji no son amigos, son conocidos (en inglés, acquaintances, que suena bastante más certero como palabra, aunque se te lengua la trabe cuando lo intentes pronunciar).

Imagen rescatada de blogdecomics.com. De Ermigue.
Espero que no le importe que la use para ilustrar el concepto. 
Tener conocidos está muy bien. Sirven tanto para un roto como para un descosido. Te “sacan de paseo”, te hacen reír, les ves de vez en cuando y bueno, si los pierdes porque no coincidís en el tiempo y el espacio… no pasa gran cosa. Algunos conocidos, con el paso del tiempo y esas cosillas, pueden convertirse en algo más que conocidos. Otros, se pierden en lontananza. Otros, van y vienen, como las olas del mar.

Los amigos de verdad están casi siempre rondando en tu vida, aunque no lo parezca. También te sacan de paseo, te hacen reír y les ves de vez en cuando… pero también te han visto llorar, con los ojos como dos tomates cherry y el rimmel churretoso por las mejillas. Han aguantado tus largas peroratas, tus penitas del corazón, tus tontadas e, incluso, alguna salida de tono. Da lo mismo si no se acuerdan del día de tu cumpleaños (aunque, generalmente, no se olvidan) ni que no los veas en seis meses seguidos. Cuando los vuelves a ver, te inunda la mejor sensación del mundo (después de… de que te toque el bote de la primitiva). A veces, te entran ganas de darles tal abrazo que se les salga, del apretujón, el alma por las orejas. A veces, sabes que no es que les debas la vida (eso se lo debes a tus padres y, en todo caso, al señor que te sacó del mar cuando te estabas ahogando, por ejemplo), es que la vida, sin ellos, no es lo mismo. Es algo difícil de explicar.

En Facebook, la gente parece que haga una carrera, a ver quién tiene más amigos. Agregas hasta al tato y eso que al 90% nunca los ves más allá del muro. ¿Qué porcentaje de esos amigos lo son realmente? Igual a tus AMIGOS ni siquiera los tienes fichados en Facebook. Pero, bueno, es porque utilizamos mal la palabra. En Facebook, la mayoría de esas personas que tienes en la lista de la izquierda de tu perfil son una amalgama de amigos, conocidos, familiares y diversos, tu círculo social. Que está muy bien, oiga. Que es genial y, la verdad, yo a muchas de esas personas, por un motivo u otro, les tengo mucho aprecio.

Este artículillo de hoy es una excusa para dar las gracias. Las personas a las que va dirigido ya lo saben. Saben lo mucho que las quiero. Pero que lo sepan nunca es suficiente. y NUNCA se dice suficientes veces.

sábado, 18 de junio de 2011

EL SENTIDO DE LA VIDA

¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Quién soy? ¿Qué me depara el futuro? ¿A cuanto está el kilo de pescadilla? Son preguntas universales que nos hacemos de vez en cuando. Salvo la última, no tienen contestación. ¿Son preguntas retóricas? No. ¿Nos sirven para algo? Sí, para escribir, por ejemplo, este artículo o para publicar libros de autoayuda.

¿De dónde vengo? Puede ser, quizá, la más sencilla (hasta cierto punto, tampoco os vayáis a hacer ilusiones). A veces venimos del cine, otras del supermercado… en general, venimos de la unión de dos células (óvulo y espermatozoide) que, un buen día, se encuentran a medio camino y deciden juntarse, dividirse y crear un ser entre los dos. Según Darwin, venimos del mono. Según otras fuentes, de Adán y Eva. ¿Venimos de una raza implantada por seres supra-inteligentes de allende los cosmos? Qui lo sá!

¿A dónde vamos? Tiene mil y una respuestas prosaicas. Pero ninguna que lo explique existencialmente hablando. El camino de baldosas amarillas que nos toca a cada uno, flanqueado por peligros y acontecimientos diversos, nos lleva del nacimiento a la muerte. Y antes de uno y después de la otra, nadie ha venido a contarnos qué hay, si lo hay, y qué podemos esperar, si hay algo que esperar. Vamos siempre hacia delante, muchas veces mirando demasiado hacia atrás, y no sabemos mucho más.

¿Quiénes somos? Si nos paran en un control de alcoholemia, la pregunta tiene apaño. Sacamos el carnet de conducir y nos identificamos. En ese rectángulo, que antes era un tríptico de color rosa fucsia, los datos son fríos: nos llamamos fulanito o menganita, vivimos en tal o cual sitio, y nacimos tal o cual año, mes y día. Porque andamos tan perdidos en eso de saber quiénes somos de verdad que necesitamos un montón de burocracia para no caer en nuestro propio olvido. ¿Quién es una persona sin nombre? Si nadie tuviera un nombre o algún tipo de identificación concreta e individual, todos seríamos “yo” para nosotros y “tú” para los demás. Simplifica las cosas pero quizá un poco demasiado.

Después de hacerte todas estas preguntas y comprobar que la pescadilla está a tanto el kilo… ¿Qué nos queda? Propondría dejar de preguntar tanto y lanzarnos de cabeza en la vida. ¿A quien le importa de dónde vienes, a dónde vas o qué te pasará mañana? Ni siquiera debería importarte a ti. Mientras estamos inmersos en estas cuestiones, perdemos preciosos minutos. Y lo de que el tiempo es oro no es ninguna tontería. Lo es (oro), porque cada uno de nuestros minutos es irreemplazable, irrecuperable e irrepetible. Personal e intransferible. 

Iba a incluir un vídeo de "El sentido de la vida" de los Monty Python, pero me parece que el final de "La vida de Brian" es muchísimo mejor. ¡Mirad el lado brillante de la vida!



viernes, 17 de junio de 2011

CUANDO LOS MUNDOS CHOCAN (CONTRA METEORITOS)

Esta noche soñé que regresaba a Manderley… Uy, perdón, me he equivocado de película. No, esta noche he soñado con meteoritos y no es casualidad.

En los años setenta (y supongo que ochenta), nos dio por las películas catastrofistas en plan vamos a estrellar un avión (la saga de los “Aeropuerto”), quememos un rascacielos, vivamos un terremoto devastador… pero esas cosas, hoy en día, no son ficción. La realidad ya las ha superado y, ni Charlton Heston ni Steve McQueen, se podían imaginar que, fuera de un plató, hacerse los héroes  iba a resultar tan poco lucido.

Luego vinieron las películas del día después. Siempre había algún zopenco (o grupo de zopencos) que apretaba un botón rojo y ¡pum! Quedaban cuatro gatos y el cabo en un mundo devastado por las radiaciones. O la gente se convertía en zombies, salvo el chico, la chica y el de turno que acababa muriendo al rato. O soltaban y/o se escapaba una bacteria virulenta y ¡hala! todos a palmar. Este tipo de historias aún funcionan bien y, de tanto en tanto, vuelven a resurgir.

Y la siguiente parada en el cine catastrofista son las amenazas del exterior. Ya sean extraterrestres con mala baba que quieren nuestro planeta y lo quieren ya, o cuerpos celestiales que se empeñan –y mira que el universo es grande- en venir directamente a estrellarse contra nuestro planeta. Generalmente, nos salvamos por los pelos pero no siempre ni siempre con los mismos resultados.

Ayer tocó película de meteoritos. Tampoco había mucho donde escoger pero a mi hijo esas pelis le chiflan. Bueno, las de zombies más. Comencé a mirarla con buena voluntad pero a los pocos minutos se me estaban ocurriendo toda clase de comentarios irónicos. La película no tenía desperdicio, ni el guión. Una de las escenas que me impactó (por decirlo de forma amable) fue un diálogo entre la doctora del hospital y su marido:

-       Doctora: Cariño, se nos ha acabado la penicilina, ya no tenemos medicinas en el hospital (pone cara de agobiada)
-       Marido: ¿Has pensado en la farmacia? Creo que allí podríamos encontrar lo que necesitamos.
-       Doctora: ¡No se me había ocurrido! ¡Claro! ¿Estará abierta?
-       Marido: Seguro, el farmacéutico es muy comprensivo… iré a buscar las medicinas.
-       Doctora: Eres un genio (lo abraza)

Lo peor de este diálogo no es que a la doctora no se le haya ocurrido dónde proveerse de medicamentos (estamos hablando de un hospital de dos camas y una esterilla, en un pueblecito de los EEUU donde todos se conocen). Lo peor es que, mientras caen meteoritos, la gente se vuelve loca acaparando comida y el hospital no da abasto con las víctimas de la catástrofe, a ella sólo se le ocurre que la farmacia igual está cerrada… Y tampoco hay que ser un genio para saber que la penicilina se puede encontrar en una farmacia. En fin… había bastantes más perlas… y ni siquiera terminé de ver la película. Si lo llego a hacer... 

Estas pelis dan pie a todo tipo de especulaciones. Por lo menos en lo que respecta a mi hijo. ¿Cómo andamos de misiles tierra-espacio para evitar la colisión de un meteorito? Mi hijo no podía creer, cuando se lo confesé, que estemos tan poco preparados para una cosa como esta. Lo pregunté en Facebook, a ver si alguien me iluminaba, y recibí contestación: “más o menos igual que de misiles anti-platillos volantes”. Me lo temía.

Hoy el tema es ligero, aunque a mi, tanto soñar con meteoritos no me lo ha parecido… Nada profundo aunque proceda del espacio ídem. Pero es viernes… ¿Qué queréis? 

jueves, 16 de junio de 2011

COMO ME MARAVILLARÍA YO...

Cada vez que cierro un libro, me maravillo de la de cosas que he aprendido. La mayor parte de veces, todo eso no es que me sirva de mucho pero, por supuesto, todo lo que aporte material para rellenar esa zona del cerebro marcada como “culturilla general” es bienvenido. No sabes cuándo puede serte de utilidad.

Un día estas en la inauguración de una exposición de arte y te viene un señor y te habla de arte contemporáneo. Tú has ido a comer canapés y no tienes ni idea de lo que te está explicando. Pero, entre sonrisas, asentimientos de cabeza y miradas de interés, siempre surge algún concepto en su monólogo del que sí puedes hablar. Porque leíste algo sobre el tema y se te quedó almacenado en la meninge de la culturilla (general). Si eres suficientemente hábil, es probable que puedas meter baza, convertir aquello en conversación, y desarrollar tus conocimientos. Si no piensan que a)estás loca, b)has bebido demasiado cava, c)te has colado o d)cualquier otra cosa, tienes todas las papeletas para brillar en sociedad. Y si no, consuélate con los canapés. Yo lo haría.

También puede serte útil si vas a concursar a la tele (en OT o Gran Hermano no hace falta). El otro día vi un concurso, presentado por Carlos Sobera (siempre repartiendo millones), en el que la culturilla general era muy pero que muy necesaria. Claro que si te daban a elegir entre varias obras de teatro y ya, de entrada, ninguna te sonaba… la cosa tenía poco arreglo (salvo tener mucha potra). La pregunta era “¿En que obra de teatro se basó –libremente- “El rey León”?” Tic, tac, tic, tac… se podía escoger entre “Hamlet”, “Romeo y Julieta”, “Fuenteovejuna”, “El rey Lear” y una más que no recuerdo. La pareja concursante no tenía ni la más mínima noción del argumento de ninguna de ellas, así que repartieron un poco de dinero aquí y allá, y el grueso de la apuesta (por parecidos razonables) lo metieron todo en “El rey Lear”. La única casilla que quedó sin apuesta (era un requisito del concurso) fue precisamente la correcta. Me puse muy nerviosa, porque yo sabía la respuesta. ¿Cómo? ¿Leyendo a Shakespeare? No. Que va. Lo había leído en un blog. Veis, leer blogs también puede alimentar el conocimiento.

¿Sabéis lo que es un “herrete”? Pues yo sí. Según la Real Academia de la Lengua Españoladícese del  cabo de alambre, hojalata u otro metal, que se pone a las agujetas, cordones, cintas, etc., para que puedan entrar fácilmente por los ojetes. También puede ser de plástico (según Wikipedia). El caso es que vamos con herretes a todas partes pero no lo sabemos. Es curioso que este conocimiento –inútil- lo conseguí a través de una serie del Disney Channel (ese canal amado y odiado a partes iguales): “Phineas y Ferb”. No sé si a mi edad queda bien decir que la serie me encanta, pero soy una fan incondicional de Candance y, especialmente, de Perry el ornitorrinco.

La culturilla general nos puede ayudar a ganar quesitos jugando al Trivial. Aunque el nivel, a veces, es un poco alto (o mi nivel un poco bajo). Yo siempre escojo –si se puede- “Miscelánea”, porque como me toque “Deportes” no tengo ninguna posibilidad. En la otra, tampoco, pero siempre cabe esperar que suene la flauta y te toque una pregunta que sí sepas. En el Trivial, con un poco de suerte, hasta te puedes lucir. O, en todo caso, como no se luce nadie, reírte un rato de lo poco que saben los demás. Y ellos de lo poco que sabes tú. ¿Quizá será mucho mejor jugar al Tragabolas?. Parece menos arriesgado. O no.

¿Para qué más nos puede servir la culturilla general? Pues mira, sin ir más lejos para escribir un artículo en tu blog y ser capaz de llegar al sexto párrafo. Ahí es nada.

Y para terminar... unos minutos musicales. 


miércoles, 15 de junio de 2011

EL TIEMPO ¿LO CURA TODO?

Hay un dicho que dice: “El tiempo lo cura todo” pero yo no creo que sea tan sencillo y aplicable a cualquier cosa. El tiempo puede curar las heridas externas, aunque nos queden, luego, cicatrices para recordárnoslas. El tiempo puede ser un buen bálsamo para las heridas interiores, esas que nos tocan el corazón y el alma. Pero curar, curar… ¿puede? Yo creo que no. El tiempo que transcurre entre algo que nos ha hecho daño –emocionalmente hablando- y el que vivimos pasados unos días, meses, años, lo que nos da –como la edad- es una cierta perspectiva de aquello que sufrimos. No restaña las heridas ni las cicatriza. Eso es algo que tenemos que hacer nosotros, con o sin ayuda. Lo que ocurre es que, cuando estamos hechos unos zorros, necesitamos creer en algo y creer que el tiempo irá curándonos es simplemente un acto de fe. En el fondo, todos somos creyentes, de algo, pero creyentes.

Cuando pierdes a un ser querido, el tiempo pone la perspectiva para que el dolor agudo se transforme en un dolorcillo –a veces, crónico- al que te acostumbras. Ese dolor, que muchas veces está encerrado en una cápsula del olvido (pero de forma temporal) puede, un buen día, asaltarnos y hacernos sentir una vez más el sufrimiento de la pérdida. Nos acostumbramos a él y no tenemos más remedio que superarlo, porque no está en nuestras manos hacer nada al respecto. Las cicatrices son de esas que, por mucho bálsamo que usemos, se quedan con nosotros. A las que, de vez en cuando, les pasamos las puntas de los dedos para cerciorarnos de que siguen ahí.

Cuando lo que pierdes es el amor de alguien a quien quieres mucho, el dolor es diferente. Con el tiempo vas tomando conciencia, si el objeto de tu sufrimiento emocional se mantiene a distancia, de que puedes controlarlo. Controlarlo no es curarlo, pero ayuda. Día a día, momento a momento, vas construyendo una vida nueva en la que esa persona ya no va a participar. Sabes que sigue por ahí, en algún lugar, con otras personas, con otras vivencias, con otras cosas que ya no comparte contigo. Y tú tampoco con él.

¿Se puede morir de amor? David Safier en “Maldito karma” nos asegura que sí. Su protagonista, esta vez reencarnada en un perro beagle, siente físicamente el “crac” que hace su corazón roto. “¿Cómo se puede describir el sonido de un corazón cuando se rompe?” dice justo antes de que el sonido más espantoso que existe, el dolor más brutal, la haga caer redonda delante del altar (si queréis saber más… ¡a leer el libro!)

¿Puede el amor curar un corazón roto? A lo mejor sí, a lo mejor no. Ese sistema se viene a denominar “sacar un clavo con otro clavo”, pero acostumbra a ser una chapuza. Para que un amor nos cure de las penitas del corazón, lo primero es lo primero: el clavo hay que sacárselo uno mismo a mano, estirando fuertemente de la cabeza (del clavo, claro), dejar que la herida sangre, restañarla, taparla con una tirita bien adhesiva y a dejar que el tiempo y las plaquetas emocionales hagan su trabajo. Un nuevo amor, lo único que puede hacer es mostrarnos que debajo de esa tirita, un poco ya roñosa y con sangre reseca, no queda rastro alguno de lesión. Esperemos, con un poco de suerte, que no haya quedado ni costra ni cicatriz. 

martes, 14 de junio de 2011

¿DESCONECTAR O HUIR? EL COYOTE NUNCA LO HARÍA.

En muchas ocasiones, absorbida por una buena lectura, desconecto durante un breve periodo de tiempo de la realidad que me rodea. Aunque es una sensación, a menudo, gratificante, también puede tener sus inconvenientes. En la playa, tumbada boca abajo con ese libro que no puedes parar de leer, acabas por parecerte a una ficha del Otelo. Viajando en transporte público, te pasas de parada y, según sea la historia que tienes entre las manos, puedes aparecer una estación antes de Tombuctú centro. Pero desconectar, de vez en cuando, es bonito. No huyes de la realidad, simplemente dedicas un pequeño espacio de tu vida a apearte brevemente de lo que te rodea. Es como soñar, sin los sueños no podríamos vivir esa vida paralela que, siempre y cuando no sean pesadillas, hasta puede ayudarnos a comenzar un día con el pie correcto.

Lo malo viene cuando, en vez de desconectar, tenemos prácticamente ganas de huir. ¿A dónde? Supongo que a todos nos ha pasado. La rutina, el estrés laboral, las responsabilidades, la hipoteca, las obligaciones, la presión que ejercen otras personas sobre nosotros, la sensación de que el mundo se ha vuelto loco… ¿A quién no se le ha ocurrido eso de “que paren el mundo que quiero bajarme”?

Entonces, no hay libro que nos ayude. Porque, por muy interesante que sea la trama, sabemos que se la ha inventado un señor o señora y que, no nos engañemos, es todo ficción. Y por mucho que se diga que la realidad supera la ficción, no es una frase con un cariz positivo. Se dice, generalmente, cuando las cosas que pasan en la realidad son mucho peores que las que pueden pasar en un libro.

Huir nunca es una solución. Huir es tirar la toalla. Y, salvo que se haya robado un furgón blindado (por ejemplo), uno no huye de algo concreto, huye de si mismo. Eso sí que es complicado. A veces, una decepción amorosa, nos puede conducir a un callejón sin salida. El amor, que viene a ser como un resfriado del corazón, precisa de un amante que te corresponda para paliar los síntomas (desazón, nervios, mariposas en el estómago, tristeza y esas cosas). Si quien ha de corresponderte, cual Couldina afectiva, te falla, tu mundo se desmorona, te sube la fiebre, se te quitan las ganas de comer... Pero ¿vas a huir? ¿se lo merece? ¿vale la pena? ¿has de tomar decisiones irracionales para paliar el dolor que sientes? Pues no. Nunca. Jamás. Como me dijo alguien sabio: “el mar está lleno de peces”. Y de amigos. Antes de huir piensa en cuántos amigos tienes. Puede que merezca la pena quedarse. La que te ahorrarás en postales. Y en sellos.

El Coyote jamás ha huido. Es posible que su Némesis, ese correcaminos escurridizo, le rompa el corazón cada vez que intenta cazarlo. Bueno, el corazón y el espinazo. El pobre se lleva todos los porrazos pero ¿ha desistido alguna vez? Si hay un personaje en el que se aúnen perseverancia y optimismo, seguro que es él (y malas ideas marca ACME). Así que, deja de buscar formas de escapar y haz como el Coyote: nunca desfallezcas. Él no lo haría.

Yo también desfallezco muchas veces. Todos desfallecemos muchas veces. Pero si nos apeamos todos a la vez del mundo, ¿dónde metemos a tanta gente? Es que somos muchos.

lunes, 13 de junio de 2011

SE PUEDE REIR MÁS ALTO PERO NO MÁS CLARO

A Luis Piedrahita, aparte de haberle visto por la tele, lo descubrí en formato escrito con “Dios hizo el mundo en siete días… y se nota”. Me reí un buen rato. Me gusta su humor, desenfadado y siempre dando en el clavo. Y, claro, el otro día me dejé caer por el FNAC, vi “¿Por qué los mayores construyen los columpios siempre encima de un charco?” y la tentación de llevármelo debajo del brazo (al libro, a Luis no) era demasiado fuerte. Yo intentaba escaparme, huyendo a la zona de libros de bolsillo y él, que sabía que lo estaba deseando, se las arreglaba para cruzarse en mi camino cada vez que volvía a pasar por allí. O me lo llevaba a casa conmigo o jamás sería capaz de salir del FNAC.

Llevo medio libro y las carcajadas han estado aseguradas. Hoy leía estirada bajo el solete, en el solárium del gimnasio y tenía que contenerlas. Porque hay un cartel en la entrada que pone “respeten el silencio de los demás”. Afortunadamente no había ningún cartel que pusiera “No pisen el césped” pero tiene su lógica: es de plástico. Del bueno, del que da el pego… pero plástico. Además ¿cómo se puede utilizar un solárium de césped si no se puede pisar? Es algo desconcertante.

Repasaba, mientras escribo esto, algunas de las perlas que más me han hecho reír. Sería un poco largo escribirlas (acabaría por transcribir el libro entero y me caería un palo por plagio) y considero que mejor que poneros la miel en los labios, mucho mejor, es recomendaros el libro. Y hasta, si me estiro, igual se lo presto a alguien. No sería la primera vez (ni la primera que no me lo devuelven). 

Todos los monólogos están basados en las cosas más simples de nuestra vida cotidiana, las uñas, los desagües, los brazos, los post-its, los GPS, los sustos, el papel de aluminio… cosas que nos rodean en la vida cotidiana, que nos parecen prosaicas, incluso aburridas. Pero que gracias a su visión particular, acaban por cobrar vida. ¿Alguien le ha preguntado a un desagüe que tal está? ¿O nos hemos planteado alguna vez donde van los bolis cuando se pierden? ¿está bien dejar a un señor con las uñas largas subir a un avión y no dejarle que suba el cortaúñas? ¿Nos hemos planteado alguna vez que haremos si se extinguen los signos de exclamación e interrogación? Parecerá que son cosas poco importantes pero tienen su peso específico en nuestra vida diaria. Sobre todo cuando nos quedamos sin agua justo al ir a ducharnos. O sin agua caliente, que, según como se mire, aún es peor. 

domingo, 12 de junio de 2011

¿ESTOY ACUMULANDO SUFICIENTE KARMA?

… ¿o terminaré en un hormiguero como la pobre Kim?

Estos últimos días los he consagrado, a ratitos perdidos, a leer un libro que vi recomendado en Anobii. Como estoy en una época de mi vida que los dramones no son la lectura más adecuada -para dramones, los míos-, me decanté por lecturas refrescantes y llenas de humor. Y esta novela, “Maldito karma” de David Safier, estaba en la línea.

Ayer, a las tantas, terminé de leer el libro y tengo que reconocer que a los tres cuartos de libro la historia se me desinfló un poquito. Se hizo relativamente más seria. Pasó de hacerme desternillar de risa a sonreír discretamente. Y aún así, creo que he disfrutado enormemente de esta historia. Ha llegado en un momento en el que la risa me hace falta y que, aunque no creo en los cuentos con final feliz, agradezco que la historia lo tenga, para variar.

Safier nos narra, en primera persona, las peripecias por las que pasa Kim Lange, una presentadora trepa y egoistona, que no sabe lo que tiene (un marido adorable y una hija encantadora) hasta que lo pierde por culpa de un incidente que involucra a una estación espacial –en concreto un deshecho de esta- y a que ha acumulado mal karma durante su vida.

Acumular mal karma es fácil y a Kim se le da de maravilla: ningunea al marido, desatiende a su hija, pasa por encima de cualquiera para conseguir el éxito y no tiene ningún empacho en ponerle los cuernos al esposo. Y eso, parece ser, se paga. Kim despierta en el cuerpo de una hormiga obrera y, si quiere subir escalones en el reino animal y llegar a ser humana algún día, va a tener que cambiar muchas cosas de su manera de ser para acumular karma.

Aunque reconozco que el papel de Alex, el marido desconsolado, es adorable, que el autor consigue que le cojas manía a la pobre Nina (al fin y al cabo, ella no ha hecho nada malo…) y que la niña es un encanto de hija… los mejores personajes son el Signore y Buda.

El Signore, Casanova, conserva su encanto intacto –y sus ganas de conquistar bellas mujeres…- aunque se haya pasado doscientos años metido en el cuerpo de una hormiga. Pero su encanto no le ayuda mucho en eso de acumular karma. Será Kim y sus deseos de recuperar a su familia lo que harán que Casanova pueda escalar en el reino animal. Codo con codo, Casanova y Kim se las verán con todo tipo de peligros y situaciones y, sin proponérselo, el karma irá subiendo.

¿Somos lo suficientemente buenos para ir al Cielo, al Nirvana o al Valhalla? Ir al Valhalla puede ser interesante, quedan muchísimas plazas libres y a Odin seguro que le haría ilusión tener unos cuantos devotos. Pero ¿y si no lo somos? ¿Regresaremos a la vida en la forma de algún bicho reptante? ¿O será aún peor? ¿Habrán humanos reencarnados entre los E. Colli que decían que portaban nuestros pepinos?

Sed buenos aunque nadie os lo agradezca. Igual un día os lo agradecéis a vosotros mismos y, en vez de cargar con trozos de gominolas por pasadizos subterráneos, volvéis a ser humanos o… con un poco de suerte, vais al Nirvana. Como decían en Poltergeist: “Caroline, ves hacia la luz”. 

sábado, 11 de junio de 2011

TARDE DE NESPRESSOS ¿SE ACABÓ EL NESCAFÉ?

EXTRACTO DE MIS "MEMORIAS ANTES DEL 2012" (HAY QUE ESTAR PREPARADA)



La tienda Nespresso del Bulevar Rosa es de una pijería exuberante.  La entrada impone. No estás segura de que es una tienda de café hasta pasados cien metros (lisos) de las puertas de cristal. Entonces es cuando te detiene, amablemente, un segurata de veintiún botón, te pregunta si vienes a comprar (pones cara de duda) y te dice que tiene que “darte un número”. ¿Para qué? Le preguntas. ¿Te has confundido de sitio? ¿Desde cuándo se necesita un número para entrar en una tienda? Sonrío, le digo que vengo a echar un vistazo y me cuelo alegremente en el inmenso salón.  Me acerco a un mostrador donde dos señoritas vestidas de azafatas de vuelo atienden a los clientes (los que tienen número). Miro los precios, esperando desmayarme sobre las impolutas baldosas, y me sorprende descubrir que puedo comprarme capsulas (que yo siempre llamo cartuchos… como si fueran para la impresora). Y no uno, ni dos… puedo comprarme una caja entera (bueno, una caja de 10).  Incluso, apurándome, comprar dos cajas.

Exquisitamente, aquí y allá, se exhiben cafeteras (como la mía), tazas inmaculadamente blancas, dispensadores de metacrilato para los cartuchos (cápsulas)… Pero no me dejan llegar muy lejos (claro, tengo cara de no llevar número). Un chico, muy elegante con traje y corbata, me pregunta que en qué estoy interesada. Le digo que no tengo ni idea, que me acaban de regalar una Pixie y que quiero mirar los dispensadores que tienen. Me los enseña y, cuando pongo cara de “quiero una cosa algo más discreta”, me señala uno (más discreto) y añade que “es caro”. Claro, le contestó, hay que pagar el anuncio de George. Nos reímos. Yo por costumbre, él porque soy una potencial cliente, aunque me haya dejado la gargantilla de Tiffany’s en casa y vaya de trapillo. Me explica el funcionamiento de la tienda y le digo que no tengo número. ¿No? Pone cara de incredulidad. Le confieso que me he colado y él me dice que no hay problema, que mire lo que quiera y que luego lo vaya a buscar, que me atenderá igual. Jo, qué bien.

La verdad es que los dispensadores no me convencen y comprarme más tazas, por bonitas que sean… creo que no es buena idea. Tengo un armario lleno. Como no localizo al chico que me ha atendido, rondando por ahí, me acerco a un mostrador, pero la azafata me dice que como no tengo número… Así que me voy a visitar al segurata de la puerta. Le digo “dame un número, que no tengo” y no puede creer que haya sido capaz de colarme. Me tiende un número y me indica que debo ir al fondo a la derecha. ¿No puedo ir a cualquier mostrador? Pues resulta que no, que tengo que ir al fondo a la derecha o nada. Otro segurata, más mayor y un poco obtuso (digo yo), me advierte, cuando me plantifico en la zona, frente a mi mostrador: “esté atenta al monitor”. Estoy tentada de preguntarle ¿qué es un monitor? Pero me callo. Igual se piensa que no lo he visto. Si es más grande que la tele de mi casa.

Espero paciente que suene un “prriiiit” y mi número (el A458… aquí es nada) aparezca en pantalla indicándome el puesto donde me atenderán. Cuando suena el “prriiit” estoy despistada  y no me entero de que me toca el 17. Pero resulta que mi “asesor cafetero” es el mismo chico con el que he hablado antes y me llama. O ha cumplido su palabra de atenderme aunque no lleve número o bien es adivino y sabe que llevo el A458. Me decanto por la primera opción pero, igualmente, le tiendo el número. Ves, tengo número.

Me informa que hay un estupendo estuche, en madera noble y blablabla, que es ideal para iniciarse en la cata de café. Pero, cuando me comenta que contiene 250 cápsulas, le detengo. No es que yo sea un hacha haciendo cálculos mentales. Pero si una cajita de 10 cápsulas vale poco menos de 4 euros… aquel artefacto no baja de los 100. Por lo menos. Le informo que tengo un estupendo surtido para probar sabores en casa, pero que quiero comprar algunos concretos. ¿Cómo me gusta el café? Largo y fuerte. Así que me aconseja llevarme este, ese o aquel. Voy lanzada. Escojo tres variedades. No una, no dos… ¡tres! Y cuando me dice que tienen un nuevo sabor en promoción con notas de jazmín… le digo que también me lo llevo. Hoy echamos la casa por la ventana.

Ahora toca hacerme socia del club Nespresso. Le digo que vale y me pide el DNI. ¿Para comprar café también necesita mi número de la Seguridad Social? me pregunto mientras le tiendo el carnet. Para colmo, cuando ya estoy fichada (solo falta la foto de frente y de perfil) me dice que no le quedan tarjetas de socio. Me siento desconsolada pero me promete que la que me enviarán a casa es mucho más bonita. ¡Qué alivio!. Entonces es cuando hago la pregunta clave: ¿me llevo un George Clooney a casa como regalo de bienvenida?. Me asegura que no. No les quedan ni Clooneys ni Malkovichs, pero me puede invitar a degustar un café. Nunca le digo que no a un buen café, le contestó, mientras el señor al que están atendiendo a mi derecha dice que no le apetece tomarse uno. Lo miro de reojo pero, como no es mi tipo, no hago comentario alguno.

Mis cajitas son primorosamente colocadas en una bolsa de papel y el chico me acompaña a la sala de degustación, una mini cafetería muy chic con mesitas redondas e iluminación indirecta. Me invita a sentarme, me pregunta qué café quiero (escojo el de la promoción, a ver eso del jazmín…) y no tarda nada en traerme una de esas impolutas tazas blancas llena de un café soberbio. Mientras me tomo a sorbitos el café, me leo el prospecto que mi asesor me ha dado. Es muy parecido al que venía con la cafetera. No descubro nada nuevo pero me entretengo.

Cuando salgo de la tienda, felizmente cargada con mi bolsa Nespresso y un sabor estupendo a café del bueno en los labios, no hay ningún coche esperándome, con John decidido a apoderarse de mis cápsulas. Ni tampoco me cae ningún piano en la cabeza. Ni siquiera llueve, y eso que tengo un paraguas nuevo en el bolso que aún no he estrenado. 

miércoles, 8 de junio de 2011

PASADO, PRESENTE, FUTURO

Dicen que en el 2012 llegará el fin del mundo (creo que para después de Nochebuena) y aquí estamos… habrá quien lo crea, quien no y a quien, realmente, le traiga al pairo si se acaba el mundo o no. Si se tiene que acabar… supongo que yo, personalmente, no podré hacer nada al respecto. En una de esas tontas aplicaciones de Facebook (que, reconozco, a veces hago por aburrimiento) me predecían que yo sobreviviría. ¿En un mundo apocalíptico a lo “The road”? ¿En algún reducto salvado de la catástrofe al modo “Perdidos”? Si tengo que elegir, que sea en una isla a lo Lost y que haya un Sawyer a mano. Por pedir, que no quede. El no ya lo tengo.

El tiempo en tus manos
El caso es que, juicios finales y Apocalipsis aparte, vivimos tan poco centrados en el presente que, algunas veces, desconcierta. Arrastramos el lastre del pasado que, en ocasiones, no nos ha servido de gran cosa como experiencia (ya se sabe, el ser humano tropieza siempre en la misma piedra y no dos veces… no, que dos son pocas… todas las que haga falta). Nos preocupa el futuro, a corto, medio y largo plazo. En ocasiones, vivimos pendientes de un acontecimiento que va a ocurrir (o que queremos que ocurra) y nos olvidamos de disfrutar el presente. Yo, la primera. Condicionamos nuestro humor presente a un evento futuro, especialmente las personas que tendemos a una cierta impaciencia. Eso de “lo quiero y lo quiero ¡ya!” no es tan raro. No sé si porque vivimos en una sociedad en la que todo va a velocidades descocadas. O porque una es así y punto.

Si el pasado nos lastra, el futuro nos condiciona y el pobre presente la pasa canutas, salvo en ocasiones importantes, para hacerse un hueco en nuestros corazoncitos. Sólo nos preocupamos por él cuando algo que ocurre desearíamos que no terminase nunca. Porque nos sentimos felices, contentos, plenos… lo que sea que nos sintamos pero no queremos que ese momento pase de largo, nos gustaría eternizarlo. Lo malo es que el tiempo –y siento desilusionaros- no espera a nadie ni hace excepciones (bueno, sí, con Georgie Dan). El va a su paso (el tiempo, Georgie Dan también), marcado por el segundero del reloj o por el diminuto granito de arena, y haciendo que nuestro tiempo por estos pagos vaya acortándose, nos guste o no.

El tiempo, medido con un reloj, es algo matemático, inalterable. Una hora son sesenta minutos, un minuto sesenta segundos… Podemos calcular cuánto tardará un tren, viajando a 60 kms. hora en ir desde una estación a otra (salvo que sea un tren de cercanías… entonces los cálculos siempre son un misterio). Pero cuando esperamos que llegue alguien, que alguien nos llame, que nos den una buena noticia, o una de mala… cuando el tiempo nos condiciona para saber algo, recibir algo o dar algo, entonces, no tiene medida. Porque el tiempo también es subjetivo. El tiempo no sólo es una dimensión más de nuestra vida… es prácticamente un determinante de humores, alegrías, tristezas, esperanzas, sueños. Cuando eres feliz, el tiempo pasa en una exhalación. Cuando lo pasas mal… es más lento que una tortuga. Si esperamos la llegada de alguien, consultamos el reloj y nos parece que las agujas del mismo apenas avanzan. Si estamos pasando un rato agradable, nos sorprende que sea tan tarde… ¿cómo ha podido pasar el tiempo tan rápido?

El tiempo, sea como sea, es inmutable e inalterable. Hemos fantaseado con crear un artefacto o un sistema que nos permita viajar a través del tiempo y el espacio. Visitar el pasado y cambiar lo que hicimos mal… viajar al futuro y ver qué ocurrirá. H.G. Wells envió a un científico (Guy Pierce o Rod Taylor, como máximos exponentes) al futuro, con los Eloi y los Morlocks. Marty McFly (Michael J. Fox) viajó en ambas direcciones en el volante de un coche a 140 kms. hora. Taylor (Charlton Heston) se pegó un palizón de viajar hibernado (y sin poder fumar) para terminar llegando a casa unos cuantos miles de años después y descubrir que los roles habían cambiado (no sé que hubiera pensado Darwin de todo esto). Phil (Bill Murray) quedó atrapado en el tiempo y disfrutó –o no- del día de la marmota hasta la saciedad. Los fantasmas de las Navidades mostraron el pasado, el presente y el futuro a Mr. Scrooge. La lista de libros y películas que se han ocupado de viajar en el tiempo es muy larga. 

¿Que es una (h)oreja? Sesenta minutejos. ¿Y una (h)orilla? Sesenta minutillos. Pues eso… ¿Qué será, será? El tiempo te lo dirá… 


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Un poco ñoñi, pero... que será sera.

lunes, 6 de junio de 2011

TU VIDA EN 65 MINUTOS

¿Y SI FUESES TAN FELIZ QUE NO VALIERA LA PENA BUSCAR MÁS?

La frase que encabeza esta película (o su cartel) es un tanto ambigua. Quizá será que lo siento así porque no creo en la felicidad absoluta ni en que, llegada a un punto, esta no pueda volver a ser igual, mejor o irrepetible. Quizá porqué para mí, la felicidad, normalmente llega en pequeñas dosis. A veces, tienes un subidón porque algo esperado y deseado termina por ocurrir, o quizá no lo esperabas y el subidón te pilla por sorpresa, pero el resultado es parecido.

El problema es que el concepto de felicidad no sólo es abstracto, distinto para cada persona e impalpable… es que, además, es un concepto voluble, inconstante e idealizado. Nos perdemos buscando la gran felicidad –esa que viene con bombillitas de colores y BSO de serie- y nos despistamos de las pequeñas felicidades cotidianas que nos encienden la sonrisa en el rostro, las que iluminan nuestra vida con luz natural. Si no fuera por las chiquitas, habría cola en los puentes para lanzarse al vacío. Ellas son las que nos salvan, día a día, de caer en la oscuridad de la tristeza, en el purgatorio de la desidia. Ellas hacen que un día cualquiera sea mejor sólo porque han estado allí, a nuestro lado. Porque nos han hecho sonreír.

Pero, como es mi costumbre, me estoy yendo por los cerros de Úbeda y hoy lo que quería es hablar de una película. Me la recomendó una amiga este fin de semana (Yo le recomendé “Buscando un beso a medianoche”) y, después de comer, me senté en mi butaca favorita y la puse en la tele.

Tres amigos veintiañeros se reúnen los domingos para ir a ver el fútbol y pasar el día juntos. Dani, el protagonista, tiene el pálpito de que ese domingo no será como el resto, un domingo más en una larga lista de domingos. Y no se equivoca. Mientras esperan que llegue Ignacio, Dani y su amigo Francisco charlan sentados en unas gradas mientras Francisco se lee las esquelas del periódico. Entre los nombres de los fallecidos hay uno de conocido. Un tal “Albert Castillo” que había ido con ellos al cole… supuestamente. No están del todo seguros pero eso no impide que decidan acercarse al tanatorio. Las coincidencias de la vida hacen que Dani se encuentre con una ex pareja, que también fue ex pareja del fallecido que, en realidad es otro Albert Castillo y no el que ellos creen. Cuando la situación está a punto de convertirse en anécdota, aparece Cristina, la hermana del Albert en cuerpo presente y las cosas cambian. Entre Dani y Cristina nace una conexión que les irá llevando a encontrarse en situaciones más o menos imprevisibles.

Explicar más sería estropear la película. Pero si sois capaces de capear con la sensación agridulce que os dejará la película, con su tono un tanto tremendista, creo que os gustará. Luego, si os pasa como a mi, debatiréis si hay un momento tan intenso de felicidad que, a partir de ahí, ya no vale la pena seguir viviendo. Como cada uno tiene un baremo diferente en cuanto a lo que es la felicidad, encontrar un punto común en el que todos pensemos que ha llegado al summum me parece, francamente, imposible. Quizá para Dani aquel momento es lo máximo que espera de la vida. Puede que otros pensemos que, aunque hay momentos en que somos muy felices -aunque conscientes de que es algo efímero-, decidir que ya no podemos esperar más resulta, cuanto menos, pesimista. También es cierto que, cuando nos pasa alguna cosa terrible, podemos llegar a creer que jamás volveremos a ser felices… Si somos suficientemente pacientes, descubriremos que la felicidad va y viene. Jamás se queda pero tampoco nos abandona para siempre. Supongo que a eso lo llamamos esperanza. Siempre nos queda la ilusión de volver a ser felices. 

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He escogido un trocito de la película que me pareció especialmente emotivo. 

viernes, 3 de junio de 2011

¿NOS IMPORTA UN PEPINO?

La que se ha armado con los pobres pepinos que no han gozado de una presunción de inocencia y ahora… bueno ¿ahora añadiremos estas deliciosas hortalizas a la ensalada de verano? Con lo que a mi me gustan… pero tengo que reconocer que, igual que cuando la liaron parda las vacas locas dejé de comer ternera, igual ahora también me paso a los pepinillos. Espero que, aunque sean primos lejanos, no sean portadores de E. Colis y compañía.

Parece que las investigaciones, para determinar el foco de la dichosa enfermedad, no están dando, de momento, muchos frutos (y no digamos hortalizas). Los pepinos, mediáticos ya ellos (cualquier día salen en “Sálvame” que a esa gente todo les importa un pepino), han quedado descartados. Aunque he leído por ahí que se sigue recomendando no consumir ni pepinos, ni tomates ni lechuga. También me comentaron el otro día que se recomendaba “hervirlos” durante 5 minutos para su consumo. A ver, lo siento, pero ¿un pepino hervido? Mejor me paso a los calabacines, hago crema de ídem y la dejo que se enfríe en la nevera.

El caso es que, aunque el foco de la infección no sale por ningún lado, los científicos ya han conseguido aislar la bacteria que está causando todo este revuelo. Y es un poco para sentirse en mitad de “la amenaza de Andrómeda”. Mientras unos consideran que se trata de una mutación procedente de la combinación de dos bacterias, una de ellas ya de por si la mar de peligrosa para nuestra salud, otros dicen que no, que mutación no, que es un cruce entre bacterias… Pues cuando las bacterias deciden cruzarse entre ellas, se hacen resistentes a los antibióticos y nos presentan guerra… yo comenzaría a preocuparme seriamente. Que son pequeñitas pero, mirad lo que les pasó a los dinosaurios… Ya me veo en un museo, de huesos presente, mientras un grupo de bacterias me hace fotos… uf!

De momento, la enfermedad no ha llegado a España y aquí, aunque no hervimos los pepinos, generalmente los lavamos bien y –por lo menos yo- los pelamos. Que también leí por ahí que, en el caso de que los pepinos hubieran tenido la culpa, la bacteria estaría en la piel no en el interior. Si está en el interior es que alguien no se ha lavado bien las manos. Ni bien ni se las ha lavado.

Espero que los griegos no se pongan nerviosos con el tema o la popular ensalada griega está en peligro de extinción. Tomate, pepino, aceitunas, queso feta, un buen chorro de aceite de oliva y orégano… No sería lo mismo sin él.