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sábado, 18 de junio de 2011

EL SENTIDO DE LA VIDA

¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Quién soy? ¿Qué me depara el futuro? ¿A cuanto está el kilo de pescadilla? Son preguntas universales que nos hacemos de vez en cuando. Salvo la última, no tienen contestación. ¿Son preguntas retóricas? No. ¿Nos sirven para algo? Sí, para escribir, por ejemplo, este artículo o para publicar libros de autoayuda.

¿De dónde vengo? Puede ser, quizá, la más sencilla (hasta cierto punto, tampoco os vayáis a hacer ilusiones). A veces venimos del cine, otras del supermercado… en general, venimos de la unión de dos células (óvulo y espermatozoide) que, un buen día, se encuentran a medio camino y deciden juntarse, dividirse y crear un ser entre los dos. Según Darwin, venimos del mono. Según otras fuentes, de Adán y Eva. ¿Venimos de una raza implantada por seres supra-inteligentes de allende los cosmos? Qui lo sá!

¿A dónde vamos? Tiene mil y una respuestas prosaicas. Pero ninguna que lo explique existencialmente hablando. El camino de baldosas amarillas que nos toca a cada uno, flanqueado por peligros y acontecimientos diversos, nos lleva del nacimiento a la muerte. Y antes de uno y después de la otra, nadie ha venido a contarnos qué hay, si lo hay, y qué podemos esperar, si hay algo que esperar. Vamos siempre hacia delante, muchas veces mirando demasiado hacia atrás, y no sabemos mucho más.

¿Quiénes somos? Si nos paran en un control de alcoholemia, la pregunta tiene apaño. Sacamos el carnet de conducir y nos identificamos. En ese rectángulo, que antes era un tríptico de color rosa fucsia, los datos son fríos: nos llamamos fulanito o menganita, vivimos en tal o cual sitio, y nacimos tal o cual año, mes y día. Porque andamos tan perdidos en eso de saber quiénes somos de verdad que necesitamos un montón de burocracia para no caer en nuestro propio olvido. ¿Quién es una persona sin nombre? Si nadie tuviera un nombre o algún tipo de identificación concreta e individual, todos seríamos “yo” para nosotros y “tú” para los demás. Simplifica las cosas pero quizá un poco demasiado.

Después de hacerte todas estas preguntas y comprobar que la pescadilla está a tanto el kilo… ¿Qué nos queda? Propondría dejar de preguntar tanto y lanzarnos de cabeza en la vida. ¿A quien le importa de dónde vienes, a dónde vas o qué te pasará mañana? Ni siquiera debería importarte a ti. Mientras estamos inmersos en estas cuestiones, perdemos preciosos minutos. Y lo de que el tiempo es oro no es ninguna tontería. Lo es (oro), porque cada uno de nuestros minutos es irreemplazable, irrecuperable e irrepetible. Personal e intransferible. 

Iba a incluir un vídeo de "El sentido de la vida" de los Monty Python, pero me parece que el final de "La vida de Brian" es muchísimo mejor. ¡Mirad el lado brillante de la vida!



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