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martes, 14 de junio de 2011

¿DESCONECTAR O HUIR? EL COYOTE NUNCA LO HARÍA.

En muchas ocasiones, absorbida por una buena lectura, desconecto durante un breve periodo de tiempo de la realidad que me rodea. Aunque es una sensación, a menudo, gratificante, también puede tener sus inconvenientes. En la playa, tumbada boca abajo con ese libro que no puedes parar de leer, acabas por parecerte a una ficha del Otelo. Viajando en transporte público, te pasas de parada y, según sea la historia que tienes entre las manos, puedes aparecer una estación antes de Tombuctú centro. Pero desconectar, de vez en cuando, es bonito. No huyes de la realidad, simplemente dedicas un pequeño espacio de tu vida a apearte brevemente de lo que te rodea. Es como soñar, sin los sueños no podríamos vivir esa vida paralela que, siempre y cuando no sean pesadillas, hasta puede ayudarnos a comenzar un día con el pie correcto.

Lo malo viene cuando, en vez de desconectar, tenemos prácticamente ganas de huir. ¿A dónde? Supongo que a todos nos ha pasado. La rutina, el estrés laboral, las responsabilidades, la hipoteca, las obligaciones, la presión que ejercen otras personas sobre nosotros, la sensación de que el mundo se ha vuelto loco… ¿A quién no se le ha ocurrido eso de “que paren el mundo que quiero bajarme”?

Entonces, no hay libro que nos ayude. Porque, por muy interesante que sea la trama, sabemos que se la ha inventado un señor o señora y que, no nos engañemos, es todo ficción. Y por mucho que se diga que la realidad supera la ficción, no es una frase con un cariz positivo. Se dice, generalmente, cuando las cosas que pasan en la realidad son mucho peores que las que pueden pasar en un libro.

Huir nunca es una solución. Huir es tirar la toalla. Y, salvo que se haya robado un furgón blindado (por ejemplo), uno no huye de algo concreto, huye de si mismo. Eso sí que es complicado. A veces, una decepción amorosa, nos puede conducir a un callejón sin salida. El amor, que viene a ser como un resfriado del corazón, precisa de un amante que te corresponda para paliar los síntomas (desazón, nervios, mariposas en el estómago, tristeza y esas cosas). Si quien ha de corresponderte, cual Couldina afectiva, te falla, tu mundo se desmorona, te sube la fiebre, se te quitan las ganas de comer... Pero ¿vas a huir? ¿se lo merece? ¿vale la pena? ¿has de tomar decisiones irracionales para paliar el dolor que sientes? Pues no. Nunca. Jamás. Como me dijo alguien sabio: “el mar está lleno de peces”. Y de amigos. Antes de huir piensa en cuántos amigos tienes. Puede que merezca la pena quedarse. La que te ahorrarás en postales. Y en sellos.

El Coyote jamás ha huido. Es posible que su Némesis, ese correcaminos escurridizo, le rompa el corazón cada vez que intenta cazarlo. Bueno, el corazón y el espinazo. El pobre se lleva todos los porrazos pero ¿ha desistido alguna vez? Si hay un personaje en el que se aúnen perseverancia y optimismo, seguro que es él (y malas ideas marca ACME). Así que, deja de buscar formas de escapar y haz como el Coyote: nunca desfallezcas. Él no lo haría.

Yo también desfallezco muchas veces. Todos desfallecemos muchas veces. Pero si nos apeamos todos a la vez del mundo, ¿dónde metemos a tanta gente? Es que somos muchos.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado tu reflexión sobre que el amor es un resfriado del corazón. Me parece muy acertada e ingeniosa.
    Siguiendo esta linea, debo confesar que adoro tener mi corazón resfriado a perpetuidad.
    No tengo ninguna duda de que serás una buena "coyote". Adelante y sin desfallecer!!!!!

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  2. Siempre fui adepta del Coyote, Ali, y no, aunque a veces tenga la tentación de desfallecer... ni hablar :)

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