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miércoles, 15 de junio de 2011

EL TIEMPO ¿LO CURA TODO?

Hay un dicho que dice: “El tiempo lo cura todo” pero yo no creo que sea tan sencillo y aplicable a cualquier cosa. El tiempo puede curar las heridas externas, aunque nos queden, luego, cicatrices para recordárnoslas. El tiempo puede ser un buen bálsamo para las heridas interiores, esas que nos tocan el corazón y el alma. Pero curar, curar… ¿puede? Yo creo que no. El tiempo que transcurre entre algo que nos ha hecho daño –emocionalmente hablando- y el que vivimos pasados unos días, meses, años, lo que nos da –como la edad- es una cierta perspectiva de aquello que sufrimos. No restaña las heridas ni las cicatriza. Eso es algo que tenemos que hacer nosotros, con o sin ayuda. Lo que ocurre es que, cuando estamos hechos unos zorros, necesitamos creer en algo y creer que el tiempo irá curándonos es simplemente un acto de fe. En el fondo, todos somos creyentes, de algo, pero creyentes.

Cuando pierdes a un ser querido, el tiempo pone la perspectiva para que el dolor agudo se transforme en un dolorcillo –a veces, crónico- al que te acostumbras. Ese dolor, que muchas veces está encerrado en una cápsula del olvido (pero de forma temporal) puede, un buen día, asaltarnos y hacernos sentir una vez más el sufrimiento de la pérdida. Nos acostumbramos a él y no tenemos más remedio que superarlo, porque no está en nuestras manos hacer nada al respecto. Las cicatrices son de esas que, por mucho bálsamo que usemos, se quedan con nosotros. A las que, de vez en cuando, les pasamos las puntas de los dedos para cerciorarnos de que siguen ahí.

Cuando lo que pierdes es el amor de alguien a quien quieres mucho, el dolor es diferente. Con el tiempo vas tomando conciencia, si el objeto de tu sufrimiento emocional se mantiene a distancia, de que puedes controlarlo. Controlarlo no es curarlo, pero ayuda. Día a día, momento a momento, vas construyendo una vida nueva en la que esa persona ya no va a participar. Sabes que sigue por ahí, en algún lugar, con otras personas, con otras vivencias, con otras cosas que ya no comparte contigo. Y tú tampoco con él.

¿Se puede morir de amor? David Safier en “Maldito karma” nos asegura que sí. Su protagonista, esta vez reencarnada en un perro beagle, siente físicamente el “crac” que hace su corazón roto. “¿Cómo se puede describir el sonido de un corazón cuando se rompe?” dice justo antes de que el sonido más espantoso que existe, el dolor más brutal, la haga caer redonda delante del altar (si queréis saber más… ¡a leer el libro!)

¿Puede el amor curar un corazón roto? A lo mejor sí, a lo mejor no. Ese sistema se viene a denominar “sacar un clavo con otro clavo”, pero acostumbra a ser una chapuza. Para que un amor nos cure de las penitas del corazón, lo primero es lo primero: el clavo hay que sacárselo uno mismo a mano, estirando fuertemente de la cabeza (del clavo, claro), dejar que la herida sangre, restañarla, taparla con una tirita bien adhesiva y a dejar que el tiempo y las plaquetas emocionales hagan su trabajo. Un nuevo amor, lo único que puede hacer es mostrarnos que debajo de esa tirita, un poco ya roñosa y con sangre reseca, no queda rastro alguno de lesión. Esperemos, con un poco de suerte, que no haya quedado ni costra ni cicatriz. 

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