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lunes, 24 de octubre de 2011

¿A QUE HORA DICE USTED QUE TENGO QUE CENAR?


Hacia mucho tiempo que no escribía nada en el blog, desde antes de las vacaciones. La semana pasada me pasó una anécdota que, además de que creo que es interesante comentar, me dio para pensar en cómo nos adaptamos o nos obligan a adaptarnos a las situaciones. No estoy en contra del turismo, ni mucho menos, pero si, como luego comento, en París se cena de 6 a 8... ¿Por qué en Barcelona también si no es la costumbre habitual de muchos? En fin, leed y, si os apetece, comentad. 

***

Habíamos quedado para ir a tomar algo por el centro. Como es lógico, estaba lleno de gente, muchos turistas por todas partes. Hemos andado bastante porque no había ni una sola mesa libre en ninguno de los bares por los que pasábamos hasta que al final, en una calle cercana a la Catedral del Mar, hemos encontrado mesa. La camarera nos ha dicho que si era para cenar o para tomar algo (era para tomar algo) y, ante nuestro estupor, nos ha dicho que las mesas eran SOLO para cenar. ¡A las seis y media de la tarde! 

Como no queríamos liarla, nos hemos levantado y nos hemos ido. Caminando, caminando, encontramos sitio (varias mesas vacias) en una terraza de Via Laietana, un bar que hay junto a la placeta esa donde están las murallas y siempre paran autocares. Nos sentamos. Al cabo de mil años viene el camarero porque le hemos estado haciendo señas, si no, no se acerca jamás. Le pedimos dos claras y nos dice que solo sirven cenas. 

Y aquí, sale la fiera que hay en mi. Le pregunto que cómo es posible que a las 7,15 (miro la hora en mi reloj) no pueda tomarme una cerveza en una terraza y me obliguen a cenar a esa hora. Me contesta que son normas del local y que hay un cartelito (uno diminuto que ni se ve) donde lo pone. Le digo que me parece genial, pero si hay alguna ordenanza que obligue a cenar a esa hora. Me contesta que no lo sabe pero que son normas del bar. Le pido el libro de reclamaciones y me contesta que vaya a la barra y hable con el encargado. Le digo que no me pienso levantar, que cuando me traiga el libro de reclamaciones, dejaré mi queja por escrito. Que vaya a buscar al encargado, pero ya. 

El camarero se va sin tomarnos nota y yo me propongo no moverme de ahí. Mi amigo me mira entre sorprendido y divertido, con lo modosita que yo parezco. En poco menos de un par de minutos viene a nuestra mesa otro camarero, este un chico español. Lleva una libreta en la mano. Saluda. Le pregunto si me trae el libro de reclamaciones o piensa tomarnos nota. Me da la razón, nos toma nota y nos pide disculpas. Le comento que me parece genial que los turistas tengan la costumbre de cenar a las seis o las siete de la tarde (hay un grupo de turistas cerca zampándose una paella) pero que yo soy española y me gusta cenar a partir de las 9,30. Me vuelve a dar la razón. Las dos claras vienen ipso-facto a la mesa y nos quedamos tranquilamente sentados, charlando, hasta que nos da la gana de marcharnos. 

Cuando estuve en Paris tuve que adaptarme a los horarios de cenar y comer de la ciudad. Y lo hice. ¿Por qué en mi propia ciudad tengo que adaptar mis costumbres a las de los turistas? A mi me parece genial que cenen a la hora que quieran, lo respeto pero... si a las 7 de la tarde me quiero tomar una cerveza en una terraza con mesas de acero inoxidable y sillas de idem... me la tomo. No hace ni tres días me senté en una terraza de un glamuroso restaurante tailandés de la calle Consejo de Ciento y me sirvieron dos cervezas a las ocho y media de la noche. Y encima, acompañadas de pica pica. Y encima me costó exactamente lo mismo que nos han costado estas dos claras.

En fin, que me parece de recibo quejarme. Si os pasa... pedid el libro de reclamaciones, ya veréis que pronto os atienden... Que ya está bien que la ciudad sea para los de fuera y para los de aquí... dos piedras. Y supongo que, aunque yo hablo de Barcelona, en la mayoría de ciudades pasará algo semejante.